lunes, 27 de septiembre de 2010

Contigo


      Me gusta como vibra esa palabra en mis oídos y arrastra mis recuerdos a aquel día en que me ayudaste  a ahondar en su significado. Fue aquel día en que tu ternura hizo que mi deseo por ti venciera al miedo por sentirte íntimamente próximo. Yo sabía que sería ese día, como se suele decir en las citas el hombre siempre duda si llegará a materializarse, la mujer lo sabe. Y nunca me he arrepentido de ello, al contrario me alegro de haber sido capaz de incitarte de tal manera que quebraste la distancia, cada vez menor, entre nosotros.
            Disfruté de la forma en que me desnudaste: sin prisas y con mimo. Deteniéndote, mientras eras capaz con toda tu habilidad, de retener esas prisas que te empujaban en tu interior. Cuando tus manos acariciaron mis pechos fue como si una catarata placentera de altísima caída me zarandeara.
            Mi deseo creció exponencialmente cuando tu sexo, oscuro de excitación, me señalaba y me atraía. Te tumbaste en la cama y mis pechos bamboleándose acariciaron tu cuerpo con mis pezones enhiestos. Acariciaba tu piel por todos tus rincones gustando ese tacto tan peculiar, que la hace tan distinta a la mía. Zambullía mis labios en el oleaje de tu vello oscuro, que lo cosquilleaba.
           Sentí, admiré, gusté, gocé y me deleité entre mis piernas de esa creciente dureza que experimentabas. Sonreía mientras gustaba como tu sexo buscaba mi hondura alborotada, hasta que más que penetrarme fluiste hacia dentro con tal facilidad que llegué a pensar que te había estado esperando desde siempre. Nuestros movimientos se acompasaron, hasta que sentí como nos encontrábamos más allá de las nubes y como, juntos, descendimos hacia el suelo, mientras tú exhausto me sonreíste. Desde entonces, nos hemos compartido muchas veces, y entendí por qué contigo está, desde entonces, muy por encima de mí.

domingo, 26 de septiembre de 2010

Luciérnaga

    
        Sólo quien ha paseado por el campo en una noche de luna nueva y alejado de cualquier tipo de luminosidad puede valorar el brillo inmenso de la luz, aparentemente tenue de la luciérnaga. Sólo quien durante mucho tiempo  vive sumido en una oscuridad, que llega a enquistarse y a convertirse en una forma de vida, puede entender lo que significa para mí, más allá de lo simbólico, esta luminosidad trasera de tu cuerpo, recortándose por delante de toda la oscuridad en que vivía envuelto.
             Tus formas vivas, recogidas sobre sí misma de esa manera rutilante, son un signo animoso y estimulante para mi día a día. Me gusta recorrerlas, aunque sea con los ojos cerrados, las conozco ya de memoria y que hermoseen mi alegría. Querida luciérnaga, gracias por ser como eres y brillar de tal modo en aquellas, ya antiguas, oscuridades.

jueves, 23 de septiembre de 2010

Tu otra vida

    
    No es esta, quizás, aquella vida que soñaste, cuando jugabas sentada en el suelo con tus muñecas, mientras dos coletas pendían de tu pelo. Te resultaba extraño el mundo de los mayores y ansiabas llegar a él, coronada como una princesa de aquellos cuentos que leías y en los brazos fuertes y amorosos de un hermoso príncipe soñado. Tu cuerpo creció, casi sin darte cuenta, y aquel amor anidó en tu pecho, creyéndolo como algo interminable. Hasta que un día…no recuerdas el cómo ni el cuándo, despertaste y te encontraste extraña ante tu espejo. No te reconocías. No sólo porque parecían haberse desdibujados de tu cuerpo aquellas líneas armoniosas que recordabas, sino porque, sobre todo, la luz mortecina que ahora tenía tu ojo nada tenía que ver con los brillos de antaño. Y tu habitual agilidad se había transformado en movimientos cansinos que parecían sostener dificultosamente tus piernas. No veías el corazón pero lo notabas seco a lo que sin duda había contribuido la convivencia con aquel hombre al que te agarraste del brazo en plena euforia y hoy lo haces por pura costumbre y, quizás, para no caer al suelo.

            Gris es poco, negro lo veías todo. ¿Veías? Sí, pretérito imperfecto, desde que conociste, como por casualidad, a ese otro hombre que hoy alumbra tu existencia. Futuro perfecto, ese tiempo del verbo es el que te gustaría construir. Quizás esa hermosa mañana  ni tu ni el otro la podáis llegar a compartir, la vida no es nada sencilla y te aferras a los sueños para poder sostener esa lucecilla que últimamente te sostiene. El día es duro, pero cuando llega la noche, aprendiste una técnica que una amiga medio bruja te enseñó. Instantes antes de cerrar los ojos, traes a él a tu cama y lo pones a tu lado, le agarras muy fuerte la mano antes de caer en el sopor del sueño. Después compartís los sueños más maravillosos que los demás podamos imaginar y que ningún narrador tendría palabras para contar. Y voláis, jugáis y os amáis colmando al límite hasta tus deseos más insospechados. ¿Quién lo diría viéndote tan apaciguadamente dormida?

            No es extraño que cuando ahora despiertas y te miras en aquel espejo, todo tu cuerpo haya mejorado mejor que con cualquier operación estética y tus ojos hayan recuperado aquella brillante luz de la juventud  que nunca debió haberse perdido.

miércoles, 22 de septiembre de 2010

Nunca imaginé...



...que los pies sirvieran para algo más que andar y si en algo me preocupé de ellos era cuando, tras una jornada agotadora con zapatos apretados, me dolían hasta el último hueso. Un día, estando en la intimidad contigo, me enseñaste a descubrirlos de otra manera. Tus dedos, agitados sobre ellos, fueron capaces de extraerles sensaciones jamás sentidas que llegaron al máximo, en ese momento en que decidiste acercar mis pies a tu boca. Pusiste un gesto tan tierno que instantes previos al contacto de tus labios, sentí como me derretía. 
      Vestiste todos mis dedos con el brillo húmedo de tu saliva y mis dedos fueron desapareciendo uno tras otro en el interior de tu boca, mientras sentía como cada uno se iba anegando en el jugoso mimo de tu elástica lengua y arañados con levedad por la caricia de tus dientes. Se mecieron en tu lengua como en olas, sintiéndose eufórico objetivo de tus besos. Cerré mis ojos y dejé que toda una corriente eléctrica creciente recorriera todo mi cuerpo desde la punta de los pies hasta el centro de mi ombligo.     
        Desde aquel día veo a mis pies distintos y con una gran destreza para vivir sensaciones nunca soñadas, como la de la simple brisa que le cosquillea o ese instante en que tras el invierno, piso por primera vez la la arena de la playa y esa sensación en mis plantas renueva todo mi ser. Desde aquel día veo todos los pies distintos y siempre con capacidad de seducir. Me fijo en ellos: en sus dedos gordos o finos, en su uñas claras o pintadas, en su piel sedosa o hinchada en venas, a su aspecto suave o trasnochado en pelos.
         Me encandilan tus pies, tanto que soy capaz de detenerme durante largos ratos en ellos, incluso hoy que he decidido dejar para siempre de fumar, quiero fumar mi último cigarro expulsando sus últimas volutas a través de los dedos de tus pies, esperando que su íntima cercanía me ayude al cumplimiento de esa difícil decisión.

martes, 21 de septiembre de 2010

Me deslumbras



Siempre he sido pudorosa y me he resistido a airear mis desnudeces fuera de mi propia intimidad, pero desde que te conocí cambié de actitud. Me gusta exponerme a tu mirada, dejarme envolver por ella y sentir como se posa deseosamente avarienta por cada parte de mi anatomía. Desde que te tengo, siento como si no me perteneciera como si mi yo se hubiera abandonado en tu tú y estuviera irremisiblemente unido a él.
Nunca pensé enamorarme de alguien de esta manera, de disfrutar de ese instante que produce tu presencia y de esos goces que me produces con tus besos y caricias. Mi vida brilla con luz intensa y la has revestido de continuo sentido. Eres hermoso no sólo por dentro con ese corazón dulce que siempre me has brindado, también lo eres por fuera. Sí, sé que no te gusta que te lo diga, pero eres sumamente atractivo. Tu gesto iluminado perennemente por tu sonrisa es el nido de mi acogida. Tus arrugas hermosean tu piel, escribiendo en ella la experiencia de tus años. Me gusta perderme en ese cuerpo grande, que tienes, sin necesidad de gps y arrancarle con mi lengua todos y cada uno de los variados sabores que emites.
Eres todo para mí y lo que necesito para ser feliz. Hoy está el día muy oscuro, llueve a cántaros al otro lado de la ventana, pero al estar ahora delante de mí, me deslumbras…

lunes, 20 de septiembre de 2010

Te espero...

           
       Te espero cada tarde, cuando el sol declina, para que tu presencia encienda mi ánimo. Me desprendo de ropajes, razones y de todo aquello que estorba a lo que en realidad soy yo. Me acerco a las cortinas una y otra vez, agarrándome a ellas como el naúfrago a la balsa y queriendo que mi mirada deseosa rasgue con su fuerza los cristales y se agarren a tu cuerpo que en cualquier momento puede aparecer. Todo mi cuerpo se coloca como un gran abrazo anhelando la intensa proximidad de tu desnudez. ¿Cuál es el límite de una espera?  ¿El límite de tiempo sin beber agua? ¿Para que necesito si tú calmas mi sed más grande? Ya debes estar a punto de llegar...
                Te espero..., aunque sé que nunca volverás a venir y que mi desnudez tornará en decrepitud anhelante y perdida.

sábado, 18 de septiembre de 2010

Gustando sabores

     
           Desde pequeña he disfrutado probándolo todo. Nunca estuve de acuerdo con aquellos cuatro sabores en los que se pretendía incluir todos. En cuanto depositaba un alimento sobre mi lengua era como si las papilas se me revolucionaran y fueran capaces de profundizar con toda su intensidad en las más complejas galimatías de sabores. Con el tiempo empecé a distinguir los sabores: distintas gamas de  dulces, de levemente amargos a agrios, dulces mezclados con salados y a modo de un arco iris elaboré  una lista de casi cincuenta sabores capaces de determinar.
                Recuerdo muy bien aquel día en que mi lengua perdió esa atadura invisible que la constreñía y se sintió libre para paladear  mucho más de lo que nunca lo había hecho, fue el día en que, por primera vez, se deslizó por la piel masculina. Descubrí sensaciones nunca jamás sentidas y cómo el sabor podía acentuarse, cuando era acompañado de otras sensaciones como la humedad o el calor. Era capaz de distinguir con la punta de mi lengua y los ojos cerrados, qué parte del cuerpo recorría. Y no te digo nada, de la primera vez que el pene fue el gozoso objetivo de mis sabores. Empecé a paladearlo, azuzada por una corriente eléctrica que partía de las puntas de mis pies y circulaba por todo mi cuerpo hasta bifurcarse a las puntas de mis pezones erectos.  Degustaba cada milímetro, lamiendo primero con mi lengua y acariciándolo entre mis labios. A medida que se endurecía los sabores suaves se transformaban en otros más amables y afrutados, para desembocar en otro tiernamente agrio en ese instante previo a que su líquido más dulce anegara mi boca y fluyera por la comisura de mis labios. Ese instante era como si me viera envuelta en una borrachera inmensa y durante unos segundos perdía algo más que mi cabeza. Luego desparramada sobre aquel cuerpo era capaz de retener durante horas todo aquel catálogo infinito de sabores.
              Pero nada es perdurablemente perfecto, cuando lo del interior del hombre me falla, el sabor de su cuerpo va deteriorándose, como si se fuera pudriendo en vida, hasta que un día aquel sabor se hace insoportable y mi lengua se resiste a acercarse a menos de varios metros de aquella piel. Cuando eso ocurre y le entra el “mono” a mi lengua, no tengo más remedio que acudir a los caramelos de fresa. Ya sé que no es lo mismo, pero…

jueves, 16 de septiembre de 2010

Palpando

           
           Me gusta estar contigo en esta playa solitaria. Dejar a un lado la ropa y de tu mano introducirnos en el mar y dejarnos vestir por la espuma de las olas que acicalan nuestra desnudez, mientras nuestros cuerpos hacen piruetas en  el agua con las que siempre terminan encontrándose y deleitándose mutuamente. ¡Qué bueno salir del agua, mientras las gotas chorrean desde nuestro cuerpo, horadando la arena!
            Y no te digo lo maravilloso que me resulta tumbarme al sol, dejar que me pongas la crema protectora por todo mi cuerpo, sonreír cuando tus manos se entretienen en algunas partes especialmente sensibles de él y dejar que los rayos solares mimen mi piel. ¿Por qué será que cuando llevo un rato y miro mi sexo éste brilla, por la mezcla de sudor y crema, y se reduce a su mínima expresión? Es como si se refugiara mimosamente sobre sí misma. Alargo mi brazo hacia ti, que estás a mi lado, tumbada boca abajo. Palpo tus nalgas macizamente onduladas y gusto su suavidad tensa, noto como se eriza su minúsculo vello rubio que cosquillea la palma de mis manos. Me acerco al agujero que corona tus nalgas y despacio, muy despacio con mi dedo gusto profundamente su humedad. Siento mi sexo que se despereza…lo miro…¡parece otro!

miércoles, 15 de septiembre de 2010

¿Te apetece?


               Me gusta este rato al final del día, en que arrojo los zapatos de tacón por el aire, me suelto el pelo y me arranco el sujetador para liberar mis pechos y dejarlos caer en el aire. Tomo la botella y voy deslizando el vino por las paredes de cristal. Me gusta ver como lame esta superficie brillante y se va agrupando en el fondo de la copa con pequeñas burbujas, que asciende en plácido aroma hasta acariciar los agujeros de mi nariz.
               Acerco la copa a mis labios y empiezo a degustar el vino, mientras siento como gota a gota aniega con mimo mi garganta, voy descargando hacia fuera todos los problemas del día que disolviéndose en el aire, van haciendo que mi sensibilidad se acreciente. La placidez inicial se va tornando en excitación que va envolviendo mi cuerpo, no sé si será cosa mía, pero mis pezones, con el roce de la brisa, van creciendo tensamente sensibles y tornándose de una tonalidad semejante a la del vino.Ya queda poco, no aguanto mucho más, cuando siento la puerta y, al punto, entras con tu rostro cansado pero revivido por la luz de esa mirada deseosa que pones sobre mí. Dejas tu cartera y tu abrigo sobre la silla y tus andares firmes a paso felino te acercan a mí, mientras tus labios empiezan a  brillar de deseo. Entonces, siempre te hago lo mismo, pongo la copa entre mis pechos desnudos de pezones rutilantes y mirándote traviesa, a través de mis pestañas, con la cabeza agachada, te digo con toda la dulzura de que soy capaz, antes de ese instante previo a tu asalto:
-¿Te apetece?

martes, 14 de septiembre de 2010

Antes del baño

      Tras toda esa noche de mutua locura, en la que nuestros cuerpos se confundieron más allá de lo imaginable, el amanecer nos sorprendió abrazados, confundidos nuestros mutuos olores y con la lengua saturada del sabor ajeno. Los movimientos lentos del despertar se tropezaban mimosamente con el otro cuerpo que, tan nuestro, ahora sentíamos. Tus uñas acariciaron mimosamente mi barba como un aviso de que, por unos instantes, tranquilo, que no serían mucho, tu cuerpo se iba a separar del mío unos decímetros.

         Tomaste una toalla amarilla y pudorosamente tapaste esa raja de tus nalgas, que  durante tanto tiempo había conocido y profundizado. Y tu espalda ante ese ocultamiento voluntario, brilló más, si cabe, en su desnudez, provocando hasta lo indecible a mi mirada que te perseguía desde la cama. Tus lunares la adornaban, engalando aquella superficie y haciendo que fuera distinta a cualquier otra conocida. Te sentaste en el borde de la bañera para con un roce, leve como el rumor del vuelo de una mariposa, acariciar la temperatura del agua y señalarme que era la indicada.

               Resbaló tu toalla hasta tus pies y ahora sí al meter tu pierna en el agua, tus nalgas onduladamente abiertas, me hicieron de llamada para que en pocos minutos, acompañara a tu cuerpo en el interior del agua. Me senté apoyando mi espalda en la pared de la bañera y mi cabeza hacia atrás. Te sentaste entre mis piernas de espaldas a mí y tu nuca se apoyó sobre  mi pecho, mientras mis brazos rodeaban tus pechos. El calorcillo del agua en forma de humos azuzó nuestro sopor y, por primera vez en muchas horas, nos quedamos profundamente dormidos.

lunes, 13 de septiembre de 2010

En soledad

  
        Te recoges sobre ti misma, desprovista de telas y exponiendo al aire tu piel ahíta de deseo. No tienes nada, ni tienes a nadie y te envuelves como una esfera, queriendo ocupar el mínimo espacio en el mundo, mientras cierras los ojos y quieres volar a aquel lugar donde no pueden conducirte tus piernas. Tus risas forman parte de los recuerdos,  sus caricias, dejando aún huella en tu piel, ya están prácticamente olvidadas.  Te parece imposible que en algún momento tocaras con tus dedos la felicidad y hoy esa compañera, que aparece intermitente en tu vida desde la adolescencia, la soledad, se haya aferrado con sus garras fieras a lo más hondo de tu corazón.
           Lloras como muchas veces lo has hecho dejando que tus lágrimas resbalen en canales fluidos por tu cuerpo, hasta empapar tu sexo, extremadamente seco por la ausencia. Sigues llorando, hasta que son tantas tus lágrimas que tienes que mover tus piernas y brazos, nadando, para no terminar de hundirte. Entonces, en un último intento, sacas la cabeza, abres los ojos y respiras profundamente...

domingo, 12 de septiembre de 2010

Con muchos nervios

Con ciertos nervios como cuando siempre que se empieza algo, inicio este blog donde quiero ir recopilando los dibujos que tengo diseminados por distintos sitios. Colgaré cada vez un dibujo y lo acompañaré de un comentario, con esas ocurrencias que surjan de mis letras inspiradas por las sombras de tinta negra.